jueves, 29 de marzo de 2007

"El Gabo" y sus cosas

Homenaje a "Gabo", el contador de historias

El escritor colombiano Gabriel García Márquez no deja de contar historias, aun en el homenaje que se le rindió en la inauguración del IV Congreso de la Lengua Española, que se lleva a cabo en Cartagena de Indias, Colombia.

Hace 40 años que se publicó "Cien años de soledad" y la edición especial lanzada esta semana se sigue vendiendo como pan caliente, con casi un ejemplar cada segundo, del tiraje de 30.000 que se distribuyó en Colombia.

El éxito de la novela sigue sorprendiendo al Nobel de Literatura, quien admite seguir escribiendo todos los días, como lo dijo en el discurso que pronunció durante su homenaje.

A continuación, lea el texto íntegro de García Márquez que, según su amigo Tomás Eloy Martínez, podría ser parte del segundo tomo de sus memorias.

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Mensaje de Gabriel García Márquez

Ni en el más delirante de mis sueños, en los días en que escribía "Cien años de soledad", llegué a imaginar que podría asistir a este acto para sustentar la edición de un millón de ejemplares.

Pensar que un millón de personas pudieran leer algo escrito en la soledad de mi cuarto, con 28 letras del alfabeto y dos dedos como todo arsenal, parecería a todas luces una locura.

Hoy las academias de la lengua lo hacen con un gesto hacia una novela que ha pasado ante los ojos de cincuenta veces un millón de lectores, y hacia un artesano, insomne como yo, que no sale de su sorpresa por todo lo que le ha sucedido.

Pero no se trata ni puede tratarse de un reconocimiento a un escritor. Este milagro es la demostración irrefutable de que hay una cantidad enorme de personas dispuestas a leer historias en lengua castellana, y por lo tanto un millón de ejemplares de "Cien años de soledad" no son un millón de homenajes al escritor que hoy recibe, sonrojado, el primer libro de este tiraje descomunal.

Es la demostración de que hay millones de lectores de textos en lengua castellana esperando, hambrientos, de este alimento.

"Nada ha cambiado"

No sé a qué horas sucedió todo. Sólo sé que desde que tenía 17 años y hasta la mañana de hoy, no he hecho cosa distinta que levantarme temprano todos los días, sentarme frente a un teclado, para llenar una página en blanco o una pantalla vacía del computador, con la única misión de escribir una historia aún no contada por nadie, que le haga más feliz la vida a un lector inexistente.

En mi rutina de escribir, nada he cambiado desde entonces. Nunca he visto nada distinto que mis dos dedos índices golpeando, una a una y a un buen ritmo, las 28 letras del alfabeto inmodificado que he tenido ante mis ojos durante estos setenta y pico de años.

Hoy me tocó levantar la cabeza para asistir a este homenaje, que agradezco, y no puedo hacer otra cosa que detenerme a pensar qué es lo que me ha sucedido. Lo que veo es que el lector inexistente de mi página en blanco, es hoy una descomunal muchedumbre, hambrienta de lectura, de textos en lengua castellana.

Los lectores de "Cien años de soledad" son hoy una comunidad que si viviera en un mismo pedazo de tierra, sería uno de los veinte países más poblados del mundo.

No se trata de una afirmación jactanciosa. Al contrario, quiero apenas mostrar que ahí está una gigantesca cantidad de personas que han demostrado con su hábito de lectura que tienen un alma abierta para ser llenada con mensajes en castellano.

El desafío es para todos los escritores, todos los poetas, narradores y educadores de nuestra lengua, para alimentar esa sed y multiplicar esta muchedumbre, verdadera razón de ser de nuestro oficio y, por supuesto, de nosotros mismos.

"No dejé de escribir"

A mis 38 años y ya con cuatro libros publicados desde mis 20 años, me senté ante la máquina de escribir y empecé: "Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo".

No tenía la menor idea del significado ni del origen de esa frase ni hacia dónde debía conducirme. Lo que hoy sé es que no dejé de escribir ni un solo día durante 18 meses, hasta que terminé el libro.

Parecerá mentira, pero uno de mis problemas más apremiantes era el papel para la máquina de escribir. Tenía la mala educación de creer que los errores de mecanografía, de lenguaje o de gramática, eran en realidad errores de creación, y cada vez que los detectaba rompía la hoja y la tiraba al canasto de la basura para empezar de nuevo.

Con el ritmo que había adquirido en un año de práctica, calculé que me costaría unos seis meses de mañanas diarias para terminar.

Esperanza Araiza, la inolvidable Pera, era una mecanógrafa de poetas y cineastas que había pasado en limpio grandes obras de escritores mexicanos, entre ellos "La región más transparente", de Carlos Fuentes; "Pedro Páramo", de Juan Rulfo, y varios guiones originales de don Luis Buñuel.

Cuando le propuse que me sacara en limpio la versión final, la novela era un borrador acribillado de remiendos, primero en tinta negra y después en tinta roja, para evitar confusiones. Pero eso no era nada para una mujer acostumbrada a todo en una jaula de locos.

Pocos años después, Pera me confesó que cuando llevaba a su casa la última versión corregida por mí, resbaló al bajarse del autobús, con un aguacero diluvial, y las cuartillas quedaron flotando en el cenegal de la calle. Las recogió, empapadas y casi ilegibles, con la ayuda de otros pasajeros, y las secó en su casa, hoja por hoja, con una plancha de ropa.

"Dificultades mayores"

Lo que podía ser motivo de otro libro mejor, sería cómo sobrevivimos Mercedes y yo, con nuestros dos hijos, durante ese tiempo en que no gané ningún centavo por ninguna parte. Ni siquiera sé cómo hizo Mercedes durante esos meses para que no faltara ni un día la comida en la casa.

Habíamos resistido a la tentación de los préstamos con interés, hasta que nos amarramos el corazón y emprendimos nuestras primeras incursiones al Monte de Piedad.

Después de los alivios efímeros con ciertas cosas menudas, hubo que apelar a las joyas que Mercedes había recibido de sus familiares a través de los años. El experto las examinó con un rigor de cirujano, pasó y revisó con su ojo mágico los diamantes de los aretes, las esmeraldas del collar, los rubíes de las sortijas, y al final nos los devolvió con una larga verónica de novillero: "Todo esto es puro vidrio".

En los momentos de dificultades mayores, Mercedes hizo sus cuentas astrales y le dijo a su paciente casero, sin el mínimo temblor en la voz: "Podemos pagarle todo junto dentro de seis meses".

"Perdone señora", le contestó el propietario, "¿se da cuenta de que entonces será una suma enorme?".

"Me doy cuenta", dijo Mercedes, impasible, "pero entonces lo tendremos todo resuelto, esté tranquilo".

Al buen licenciado, que era un alto funcionario del Estado y uno de los hombres más elegantes y pacientes que habíamos conocido, tampoco le tembló la voz para contestar: "Muy bien, señora, con su palabra me basta". Y sacó sus cuentas mortales: "La espero el 7 de setiembre (sic)".

Por fin, a principios de agosto de 1966, Mercedes y yo fuimos a la oficina de correos de la ciudad de México, para enviar a Buenos Aires la versión terminada de "Cien años de soledad", un paquete de 590 cuartillas escritas a máquina, a doble espacio y en papel ordinario y dirigidas a Francisco Porrúa, director literario de la editorial Suramericana.

El empleado del correo puso el paquete en la balanza, hizo sus cálculos mentales y dijo: "Son 82 pesos".

Mercedes contó los billetes y las monedas sueltas que le quedaban en la cartera, y se enfrentó a la realidad: "Sólo tenemos 53".

Abrimos el paquete, lo dividimos en dos partes iguales y mandamos una a Buenos Aires, sin preguntar siquiera cómo íbamos a conseguir el dinero para mandar el resto.

Sólo después caímos en la cuenta de que no habíamos mandado la primera sino la última parte. Pero antes de que consiguiéramos el dinero para mandarla, ya Paco Porrúa, nuestro hombre en la editorial Suramericana, ansioso de leer la primera mitad del libro, nos anticipó dinero para que pudiéramos enviarla.

Fue así como volvimos a nacer en nuestra vida de hoy.

domingo, 25 de marzo de 2007

ASI ESCRIBE: Víctor Víctor

Hace mucho tiempo que lo disfruto. Además de admirar su calidad como compositor de temas musicales, gozo su exquisitez como autor de letras en sentido general.
Espero que se animen a hacer click en este link...
http://www.clavedigital.com/FIRMAS/Articulo.asp?Id_Articulo=8639
...y que se motiven a comentarme.

JA,JA,JA...

Se encuentra la tropa descansando, el sargento decide hacer una prueba a los soldados y pregunta:- ¿Cuánto es 4 x 8?El soldado Gómez responde con voz fuerte y clara:- 48 mi sargento!El sargento responde:- ¡Así me gusta! ¡Bruto pero enérgico!

ES BUENO SABER...

Las quemaduras
Las heridas por quemaduras con agua hirviendo son muy comunes en en niños pequeños. Niños menores de cinco años es más probable que tengan heridas de quemaduras por agua hirviendo, los reflejos de los infantes no responden rápidamente a las amenazas de la temperatura caliente. Amenazas comunes para los niños son el baño o el agua de la ducha, los grifos del lavamanos y la tina de baño.Las quemaduras por agua caliente van desde la piel roja a ampollas masivas o supuración de fluidos (pus de fluidos.) Quemaduras serias de agua hirviendo que cubre una larga área del cuerpo pueden amenazar la vida de un hijo.Para cualquier quemadura en la cara, manos, pies o genitales o cualquier quemadura de un niño menor de 5 años de edad es necesario que vayas al médico.Primeros auxilios para quemaduras con agua hervidaTienes que sumergir el área quemada de una extremidad en agua fría, aplica compresas frías para quemaduras del tronco del cuerpo o de la cara y continúa hasta que el niño parece no sentir dolor (cerca de 30 minutos)Es importante que no rompas las ampollas, no apliques hielo, aceite de mantequilla o cualquier ungüento. Después, de remojar en agua fría, cubre el área con un vendaje que no se pegueLas quemaduras de agua hervida pueden ser evitadas: Mantén la temperatura del agua en tu calentador de agua caliente puesta entre 120 y 125 grados Fahrenheit (48 a 51 grados Celsius). Revisa el agua del baño con la parte de adentro de tu muñeca o antebrazo antes de sumergir al bebé o niño.Coloca los mangos de las ollas de cocina y utensilios hacia la parte de atrás de la cocina.Nunca viertas líquidos calientes cuando un niño esté descalzo.Revisa la comida que ha sido calentada en el microondas por si esta hirviendo o demasiado caliente antes de alimentar al niño (el microondas no calienta parejo generalmente, deja zonas más frías y otras hirviendo.)Deja los bordes del mantel lejos del alcance del niño.Enséñale a tu hijo a abrir grifos de agua fría primero antes de los grifos de agua caliente.Nunca viertas líquidos calientes o alimentos cerca de tu hijo o mientras estas sosteniendo a tu hijo.Nunca dejes contenedores o líquidos calientes o comida cerca de los bordes de la mesa o mesones.Nunca dejes a un bebé o niño pequeño solo en la tina o la ducha.

¿Por qué Nuestro Coro?

Porque es el oído ese sentido tan especial, que tramitando sólo el cuatro por ciento de todo lo que percibe nuestro cerebro, crea imágenes suficientes para construir un mundo.Es el oído el sentido que sustenta la imaginación.Con la imaginación es como se puede construir un mundo mucho mejor, no sólo para algunos, sino para todos.La garantía de que así sea es que cada uno, a su modo, participe de los procesos de imaginación y construcción.Este punto de encuentro es una invitación a imaginar, a participar, a unir voces para avanzar a ese mundo mejor: garantía de que mediante su voz (aunque sea escrita) participe de una colectividad costructiva, imaginadora y armónica, NUESTRO CORO.